Taburete vuelve con El Perro Que Fuma, su sexto álbum de estudio, un trabajo en el que la banda abre la puerta a una nueva etapa creativa, más cruda, más directa y, a la vez, profundamente humana. Un disco que se mueve entre la euforia y la fragilidad, entre las noches largas y los amaneceres que ponen todo en perspectiva.
En este álbum hay una presencia que aparece y desaparece entre canciones: El Perro Que Fuma. No es un personaje literal, sino esa voz interna que te tienta, la que aparece justo cuando estás a punto de hacer lo que se supone que debes hacer y te dice: “una más, no pasa nada”. Es la parte que elige el impulso, la aventura, el descontrol. Ese filo en el que convivimos todos, donde lo correcto y lo que nos mueve realmente no siempre coinciden.
El disco recorre historias de amor, viajes que dejan cicatriz, amistades que sostienen el mundo, despedidas que no se olvidan y noches en las que todo se rompe o todo encaja. Canciones que no miran hacia afuera para parecer, sino hacia adentro para comprender.
Desde la calidez de Primer Intento o la nostalgia luminosa de Oaxaca, hasta la vulnerabilidad abierta de Cuando Los Hombres Lloran, el álbum encuentra espacio para la confesión y para el rugido. Tan Desconectados retrata la distancia dentro de lo cercano; De Menos y 110 miran de frente al pasado y aceptan su peso sin borrarlo.
Hay también celebración y hermandad en Cae La Ciudad y Fenómenos Cantantes, memoria de carretera, conciertos y familia elegida. Y está la rabia festiva y callejera de Vino y Cemento, donde la sangre, el ritmo y la fiesta se vuelven declaración de identidad.
Todo culmina en Canción de Amor, donde el amor no se nombra: se demuestra. Una forma de cerrar el círculo, de volver a lo esencial después de atravesarlo todo.
El Perro Que Fuma no busca ser perfecto, busca ser verdadero. Es un álbum que respira vida real: la que se celebra y la que cuesta. La que se brinda, se llora y se baila.
El Perro Que Fuma es una metáfora absurda y perfecta: un animal que inspira ternura, pero hace un gesto autodestructivo. Así es la tentación —cercana, incluso simpática—, pero también la que te acaba jodiendo sin que te des cuenta.

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